El placer de perderse
En el Camino, hay etapas donde el mapa se guarda y el reloj se olvida. No hay prisa por llegar, ni metas que cumplir. Solo existe el ritmo de los pasos, el crujir de la tierra bajo las botas, el viento que juega con el paisaje. Caminar sin rumbo no es un error: es una forma de meditación en movimiento. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste avanzar sin un destino claro?
La vida moderna nos ha enseñado a medir el valor de cada minuto en función de su utilidad. Pero hay espacios —como esos momentos dedicados al cuidado personal— donde el tiempo se vuelve redondo, sin principio ni fin. No se trata de «arreglar» algo, ni de alcanzar un objetivo. Es simplemente existir. Un masaje no tiene que solucionar tu estrés; puede ser un acto de caminar sin rumbo en el mundo físico. El agua caliente del jacuzzi no tiene que justificarse; es un regalo que no necesita explicación.
El peregrino que abandona su negocio para caminar sin prisa descubre algo profundo: el placer de respirar sin agenda. No es ocio, ni pereza. Es un acto de rebeldía contra la tiranía de la productividad. Porque a veces, lo más productivo es detenerte y recordar que tu valor no está en lo que haces, sino en lo que eres.
El Camino no es una línea recta, y la vida tampoco. ¿Qué podrías descubrir si, aunque sea por un momento, te permites caminar sin rumbo?