El tiempo que no tiene prisa

Las piedras del Camino no corren. Han visto pasar generaciones de peregrinos bajo el sol y la lluvia, y siguen ahí, inmóviles, como testigos silenciosos de un ritmo más lento. No tienen agenda ni metas que cumplir. Simplemente son. ¿Qué podrías aprender de ellas en un mundo que te exige velocidad?

En la vida cotidiana, el tiempo se mide en minutos, en plazos, en notificaciones que no esperan. Pero hay espacios —como esos momentos dedicados al cuidado personal— donde el tiempo se desacelera. No se trata de «hacer» algo, sino de permitir. Dejar que el calor de la sauna ablande las tensiones sin apuro, que el tacto consciente disuelva las capas de estrés sin forzar. No hay prisa por sanar, por cambiar, por llegar a un destino. Como las piedras, puedes aprender a estar presente sin exigirte resultados inmediatos.

La paciencia no es pasividad: es una forma de respeto hacia tu propio proceso. Las heridas emocionales no se cierran con prisas; las respuestas no llegan bajo presión. A veces, lo más revolucionario es detenerte y confiar en que, como las piedras, tienes tu propio ritmo.

El Camino no se recorre en un día, ni la paz se construye en una sesión. Pero cada respiración profunda, cada momento de quietud, es una piedra más en tu travesía. Y aunque no lo notes, cada una cuenta.

el tiempos en el Camino de Santiago
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